Sueños de infancia: La Historia de una Nómada Digital
En el aniversario de mi primer año como nómada digital te cuento mi historia Érase una vez, en un barrio de Guayaquil, Ecuador, una niña que soñaba con ser mochilera. Veía cómo estos viajeros anglosajones, con sus mochilas al hombro, pasaban por mi ciudad, y no podía dejar de pensar en el día en que yo también recorrería el mundo. Pero la vida me dio una cachetada de realidad. Mi madre no estaba de acuerdo y, aunque viajar de mochilera fuera económico, aún necesitaba dinero que no tenía. Así que ideé un plan: estudiaría turismo, y mi trabajo me llevaría a viajar por el mundo. Otra cachetada de realidad llegó el primer día de clases en la universidad. Uno de mis profesores dijo: «Ustedes pasarán cuatro años conociendo Ecuador, cada rincón, aprendiendo de sus tradiciones y cultura. Cuando se gradúen, serán la cara de bienvenida para los turistas extranjeros.» Ese comentario derrumbó mi plan, pero, siempre positiva, vi lo bueno de la situación: tenía cuatro años para viajar por mi país. ¿Cómo podría pretender recorrer el mundo sin conocer mi propia tierra? Pasaron más de cuatro años y viajé y conocí a fondo mi país. Subí montañas mientras exploraba la serranía, descubriendo tradiciones ancestrales de las etnias más antiguas. Navegué ríos caudalosos en la selva, conviví con tribus indígenas y exploré vastas selvas vírgenes. Me maravillaron las paradisiacas playas del Pacífico, interactué con las comunidades costeras y disfruté de los más deliciosos platos de la costa ecuatoriana. Y así pasaron los años, en una «vida normal». Trabajos, relaciones, amigos, proyectos iban y venían, pero mi mayor sueño siempre estaba allí, guardado muy en el fondo de mi mente y mi corazón, donde nadie pudiera verlo. Las pocas veces que lo había expresado, había recibido críticas o pensamientos negativos sobre cómo nunca lograría algo así. Crecí y maduré. Yo misma me dije que ese sueño no era posible, que no había forma de que se hiciera realidad. Pero, como siempre, la vida se encargó de mostrarme que no todo tiene un camino trazado, que las posibilidades siempre están allí y que no debía renunciar a mis sueños. Nunca se sabe cuándo, sin darte cuenta, se empieza a hacer el camino hacia ellos. En 2014, un año lleno de cambios, renací después de una relación larga y difícil. Estaba en mi mejor momento, feliz, haciendo lo que me gustaba. Estaba a punto de cumplir diez años como productora de eventos y quería explorar nuevas cosas en mi vida personal. En esa búsqueda, hice nuevos amigos y una de ellas me presentó a quien hoy es mi mejor amigo. Cuando nos conocimos, parecía irreal que, a pesar de ser muy diferentes, teníamos varios sueños en común. Esa conexión hizo que, durante diez años, forjáramos una relación que iba más allá de lo tradicional y lo mundano. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con mi primer año como nómada digital? Mucho. Gracias a mi sueño infantil y a esa nueva persona que llegó a mi vida, pude cumplirlo. Así, en 2014, comenzó mi camino hacia convertirme en nómada digital, retomando mi sueño de infancia. Primero cambié de ciudad y, aunque amaba mi trabajo, cambié drásticamente de ocupación. Me enamoré del diseño gráfico, luego del diseño web y, por último, del diseño multimedia. Me preocupé por aprender todo lo necesario y, para 2016, conseguí mi primer trabajo como diseñadora. En dos años, pasé de diseñadora a directora creativa. Adquirí tanta experiencia y habilidades que, para 2019, ya trabajaba de forma independiente desde casa. En ese punto, con mi compañero de aventuras, nos planteamos vivir viajando y empezamos a mentalizarnos con esa nueva vida. Pero en 2020, ya sabemos lo que pasó: la pandemia. Con tantas lecciones que me había dado la vida, acepté la situación sin rendirme, con visión a futuro. Así fue que, en marzo de 2023, compramos nuestros primeros boletos de Ecuador a Colombia. Empezaríamos cerca de casa, en un lugar que conocíamos por vacaciones. Después de un proceso de cuatro meses lleno de emociones de todo tipo, porque seguro habrás visto muchos videos en los que los viajeros dicen esa famosa frase: «Vendimos todo y nos fuimos a vivir viajando por el mundo». Se dice rápido, pero el proceso es mucho más largo, duro y doloroso de lo que parece. Sin embargo, algo era seguro: nada nos iba a detener. Llegamos a Colombia el 17 de junio de 2023 a las nueve de la noche, un español, una ecuatoriana, un perro llamado Pirata y seis maletas llenas de ilusión. Bogotá nos recibió con los brazos abiertos. La primera mañana, los rayos del sol se filtraban por las cortinas del pequeño apartamento que habíamos alquilado en Las Nieves, en pleno centro de Bogotá. Desde allí, comenzamos nuestra aventura por la capital. Una de las primeras cosas que hicimos fue subir al Cerro de Monserrate, donde la vista panorámica de la ciudad nos robó el aliento y nos recordó la vastedad del mundo que habíamos decidido explorar. Y así cada día entre nuestros trabajo, clientes y trámites migratorios siempre estaba el momento ideal para conocer y descubrir está ciudad que nos acogió con los brazos abiertos. En La Candelaria, cada callejuela era un viaje en el tiempo. Casas coloniales pintadas de vivos colores, artistas callejeros y pequeños cafés llenaban de vida el barrio. El Museo de Botero nos ofreció una visión única del arte colombiano, con las voluminosas figuras de Botero invitándonos a ver la belleza en lo inusual. Un domingo por el Jardín Botánico José Celestino Mutis. Entre orquídeas y palmas, nos sentimos en un pequeño paraíso tropical, una pausa de la bulliciosa ciudad. La Plaza Bolívar, con su imponente catedral y la estatua del Libertador, nos recordó la rica historia de Colombia y su lucha por la libertad. Cada día, el Paseo Peatonal de la Séptima nos ofrecía una nueva sorpresa. Música, danza y la inconfundible energía de Bogotá nos llenaban de alegría. Probamos la comida tradicional colombiana: arepas, empanadas,